Ya hemos hablado en este blog varias veces del fenómeno de la antropomorfización, es decir, de la atribución de características, pensamientos, sentimientos e intenciones humanas a animales u objetos y, muy especialmente al caso de robots. Entre otros efectos de la antropomorfización, nos encontramos con el fenómeno de la creación de vínculos emocionales, en este caso con robots. Ese vínculo puede ser positivo en ciertos casos pero ofrece algunos peligros en otros. De todas formas, esa antropomorfización puede conducir a otro tipo de derivaciones erróneas, quizá más sorprendentes que las meramente sentimentales, por afectar ahora a campos más racionales. Ahora que la inteligencia artificial comienza a ganar mucho terreno, y ahora que se empieza a sospechar que en un futuro no tan lejano los robots, especialmente los robots con altas capacidades de interacción social, pueden comenzar a ser una presencia común en nuestros entornos tanto laboral como doméstico, se desarrollan preocupaciones éticas, que bienvenidas sean, y consecuentes preocupaciones legales y normativas. Sin embargo, al menos en ciertos ámbitos, parece que incluso entornos en apariencia tan racionales como la justicia, se están dejando arrastrar por esa antropomorfización no justificada fruto, quizá, de herencias culturales, de desconocimiento o de pura fantasía. Me preocupa un tanto que, en el ámbito legal, un ámbito que a todos nos obliga, y así debe ser, se genere cierta doctrina en torno a la legislación sobre robots que se vea aquejada de esa antropomorfización injustificada y que conduzca a conclusiones, y por tanto normas y leyes, no adecuadas, cuando no directamente disparatadas. Hace ya unos meses, publiqué en este blog un artículo en que valoraba la eventual fiscalidad sobre robots. Aunque no empleé en ese artículo la palabra antropomorfización, lo cierto es que ese razonamiento antropomórfico subyace a la defensa de la fiscalidad robótica (y por tanto a su absurdo), ya que hace pensar que los robots sustituyen a personas, uno a uno, como si de unos nuevos trabajadores de plástico y metal, con delimitación física y personalidad se tratase...cuando no es así en absoluto. Parece que ese mi temor está no solo justificado, sino también descrito con anterioridad aunque no específicamente en el ámbito fiscal. Así, leyendo el libro 'The new breed' de Kate Darling, recientemente publicado y que busca en el paralelismo con los animales una mejor inspiración sobre nuestra relación con los robots, me encuentro una mención al término falacia del androide, una desviación definida por Neil Richards y Bill Smart en el artículo 'How should the law think about robots'. Según estos autores, esa atribución antropomórfica, nos conduce a presumir en los robots una suerte de libre albedrío en realidad inexistente o un nivel de agencia muy superior al realista y razonable. Y eso trasladado al ámbito legal, puede conducir a eximir a los actores humanos (fabricantes, desarrolladores, dueños, etc) de responsabilidad ('liability') acerca de las acciones de los robots por habérsele asignado dicha responsabilidad, incorrectamente, a los robots. Desde un punto de vista legal, no es poco peligro, me parece a mi. Vale la pena, parece, un buen estudio jurídico bien fundamentado sobre este tema

Robots ante la ley: el peligro de la falacia del androide

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