La propiedad intelectual, las patentes y otros mecanismos similares de protección del conocimiento y la innovación, se han utilizado tradicionalmente como un arma defensiva, un medio de protección de la inversión en Investigación y Desarrollo realizada por las empresas. Ese enfoque proviene del esquema de lo que Henry Chesbrough denomina innovación cerrada en su libro ‘Open innovation‘.
Uno de los drivers que motiva esta evolución es que el talento y el conocimiento dejan de ser recursos escasos y, debido a las mejoras y generalización de la educación, y debido asimismo a la movilidad de trabajadores entre empresas, ese talento y la propiedad intelectual, no tanto en un sentido legal como cognitivo del término, dejan de ser recursos escasos y propietarios para convertirse en algo más abundante y disponible, algo así como una oferta de conocimiento para una demanda por parte de las empresas.
Igualmente, las empresas deben ser capaces de identificar aquel conocimiento o innovación generado en su interior pero que, debido a la idiosincrasia de la empresa, a su funcionamiento, estrategia o modelo de negocio, no son capaces de explotarlos de forma óptima. y es preferible ponerlo en manos de terceros a través de esquemas como, por ejemplo, el licenciamiento. En este caso, la empresa actuaría como vendedor de propiedad intelectual.
Este concepto del mercado de la propiedad intelectual, bien entendido, visto como una forma de win-win y de uso óptimo a nivel social del conocimiento y la inversión en I+D, nos ofrece una orientación más rica, social y esperanzadora de la propiedad intelectual, una visión que supera aquellas otras que, debido a las últimas luchas, especialmente en el campo de la cultura e Internet, parecen haber teñido de connotaciones negativas la misma idea de la propiedad intelectual.