Cada vez más, las últimas tendencias en marketing nos insisten en las emociones, en crear relaciones emocionales entre empresa y cliente, en conseguir experiencias memorables para estos últimos, en fidelizar a través de la emoción.
Parece no sólo interesante y probablemente correcto sino, incluso, más humano. El marketing emocional parece transmitir valores positivos, que nos cautivan no ya desde un punto de vista profesional o corporativo, sino también desde la perspectiva personal.
Sin embargo, una frase del libro ‘Freakonomics‘ de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, nos pone en guardia. Hablando de los expertos y de la audacia con que deben exponer sus teorías, nos dicen:
«Su mejor baza … es captar las emociones del público, porque la emoción es el enemigo del pensamiento racional.«
Con independencia de su valor objetivo, esta frase desenmascara una cierta forma de hacer marketing, incluido o especialmente, el marketing que trabaja con las emociones.
Si no se trata de crear experiencias memorables sino de evitar el pensamiento racional, si no se trata de ver a la persona como un todo sino sólo llegar a lo emocional, si no se trata de seducir sino de engañar, este marketing emocional puede ser efectivo, seguramente lo es, pero tal vez no sea tan honesto ni tan humano como pensábamos o queríamos pensar.