El mundo global y las nuevas tecnologías, en especial lo que tiene que ver con Internet, Web 2.0 y social media, han dado lugar a nuevos conceptos económicos y nuevos modelos de negocio.
En este blog ya hemos hablado de conceptos como la economía de la atención o de la economía del regalo. Muy relevante para lo que viene era, en concreto, el artículo que titulábamos ‘Mercados no monetarios en Internet‘ donde resumíamos alguna idea de Chris Anderson al respecto y, en concreto, hablábamos de dos componentes no monetarios: la atención y la reputación.
Bastante relacionado con ese concepto de reputación y su valor económico se encuentra lo que Nick Bilton denomina «mercados de confianza» en su libro ‘Vivo en el futuro…y esto es lo que veo‘.
En cierto sentido, estos mercados de confianza tienen que ver con el papel de filtros de información que las comunidades de anclaje y las redes sociales juegan, tal y como exponíamos en el artículo «Naciones, comunidades y filtros frente a la superabundancia de información«. Las redes sociales, nuestras redes sociales, constituyen unas comunidades de anclaje. Lo que esas comunidades publican y comentan constituyen en gran parte los ‘inputs’ de información que recibimos. Como parte de esos ‘inputs’, además, se incluyen las recomendaciones y opiniones que se vierten, lo que enlaza directamente con el concepto de reputación online.
En la medida que esas recomendaciones y opiniones condicionan y orientan nuestro comportamiento, no sólo social sino también como consumidores, tienen un evidente valor económico, un valor económico que se acreciente según la confianza que tengamos en quien valora o recomienda. No se trata ya, aunque tenga su importancia, de la confianza que nos genere una empresa o una marca, se trata de que nuestra confianza se encuentra en cierto sentido intermediada, inluída, filtrada, por nuestras redes sociales, nuestras comunidades de anclaje.
El saber gestionar e influir a esas redes sociales, el ser capaz de generar y hacer que se transmita y fluya la confianza, constituye un desafío de primer orden para cualquier departamento de marketing o comunicación.
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