Hace algunos años leí, supongo que en algún manual de psicología que no recuerdo, que una característica que diferenciaba a los individuos adultos de los niños era que mientras los niños buscan la recompensa inmediata, la satisfacción instantánea de sus necesidades y deseos, los adultos son capaces de diferir esa recompensa. Los adultos, sabiendo que en el futuro pueden conseguir algo mejor, son capaces de invertir esfuerzo, soportar incomodidades y sinsabores o, simplemente, son capaces de esperar, con la certeza, quizá la esperanza, de que el futuro traerá consigo una recompensa mayor.
Parece, en efecto, una señal de madurez. Sin embargo, en nuestra acelerada y exigente vida actual, especialmente en el ámbito laboral, y más especialmente aún en el caso de mandos y directivos, esta estrategia puede ser llevada hasta un extremo contraproducente y tóxico para la vida personal e, incluso, profesional.
Pilar Jericó en su libro ‘NoMiedo’, nos habla del síndrome de la felicidad aplazada (‘deferred happiness syndrome’ en inglés). Este síntoma afecta, al parecer, al 40% de los profesionales de países desarrollados. Pilar Jericó propone algunos síntomas:
- Trabajar muchas horas y muy duramente para conseguir más comodidades (mejor casa, mejor automóvil, mejores vacaciones…)
- Ahorrar compulsivamente para la jubilación, sublimando ese estadío vital
- Mantener el estrés actual por miedo a cambiar a otro trabajo
La autora también nos indica algunas de las consecuencias que esto puede generar.
En primer lugar, la más evidente y la que da nombre al síndrome, es el sacrificio de la felicidad actual.
Otra consecuencia es el miedo a asumir riesgos que impliquen perder la seguridad, para no poner en peligro el estilo de vida actual. Este miedo también se traslada al mundo de la empresa y puede generar, por ejemplo, aversión al riesgo en lo tocante a inversiones.
La última, quizá la gran víctima, es el entorno familiar y muy especialmente los hijos, cuya felicidad, comodidad y futuro parecen ser la excusa perfecta para el sobreesfuerzo de sus progenitores…un sobreesfuerzo que va en detrimento, no obstante, de la vida en común, de la compartición de juegos y actividades, con esos niños. Una vida en común que, seguramente, los niños valorarían mucho más que el esfuerzo por su futuro.
No resulta difícil reconocernos en este síndrome ¿verdad?