¿Ha notado el lector que ahora que se ha acostumbrado a llamar desde la agenda del móvil ya no recuerda los números de sus familiares y amigos? ¿O que a base de utilizar GPS ya no sabe cómo se llega a muchos lugares?
Estos dos ejemplos tan comunes y que, desde luego, a mi me afectan, no parecen tratarse de fenómenos aislados sino de una consecuencia de la automatización, algo que, según leo en el libro ‘The Internet of Things‘ de Samuel Greengard, tiene incluso nombre propio: la paradoja de la automatización.
He aquí cómo la define:
As automated systems become increasingly reliable and efficient, the more likely is that human operators will mentally swtich off and depend on the automated system.
Creo que, de alguna forma, los sistemas de almacenamiento, como la agenda del móvil, o la inteligencia de equipos digitales, como la capacidad para guiarnos de GPS o, incluso, la capacidad de cálculo de una simple, y ya casi obsoleta calculadora, acaban hasta cierto punto, o al menos nuestro cerebro así lo debe entender, como una extensión de nosotros mismos, como un recurso que, al estar disponible, nos permite dedicar nuestras energías y nuestras capacidades cognitivas a otras labores y ‘delegar’ las labores que la tecnología nos ha facilitado.
En el fondo parece una estrategia ‘inteligente’ por parte de nuestro cerebro. Nuestro yo extendido, yo más mi móvil, mi GPS y mi calculadora, de alguna forma es más capaz de hacer cosas, abarca más.
Sin embargo, esto tiene alguna contrapartida. Al fin y al cabo nos genera dependencias. Si perdemos nuestro apoyo externo, nos quedamos sin capacidades tan básicas como contactar con amigos o sabernos orientar.
Aplicado al caso específico de Internet de las Cosas, el autor comenta:
There’s a paradox: the more things devices do for us, the less in touch we are with out natural environment and rythms – and the less we exercise our bodies and brains.
Quizá esta sea una paradoja aún mayor. Mientras más sensores tenemos a nuestra disposición, menos en contacto estamos con nuestro entorno e, incluso, con nosotros mismos, si los sensores de que hablamos son los ligados a ‘wearables‘.
Suena un poco inquietante…
Sin embargo, si lo pensamos bien, esta paradoja se ha aplicado históricamente a cualquier tecnología y conocimiento. A medida que una máquina o, incluso, un grupo social o una empresa, nos proporciona un servicio que hace que nosotros no tengamos que implicar nuestras propias capacidades y energías…simplemente vamos olvidando cómo se hace. Y si no, pensemos: ¿quién de nosotros sería capaz hoy día de cultivar su propia comida o de cazar para comer? Pocos, ¿verdad? O ¿nos imaginamos vivir sin luz eléctrica, sin agua corriente o sin desplazarnos en coche? ¿seríamos capaces de encender un fuego? ¿reconoceríamos plantas venenosas?
El progreso tecnológico nos hace más potentes como individuos y como sociedad…pero más dependientes de tecnologías y/o de terceros, menos autónomos, menos independientes…
Asuste o no, guste o no, creo que así es como se produce el progreso…