Dentro de unos pocos días, pienso iniciar en este blog una corta serie de artículos dedicados al ámbito de las operaciones, área funcional de la empresa a la que hace unos meses denominaba, en un artículo, la cenicienta de la gestión empresarial, debido a la escasez de literatura al respecto y, sobre todo, a la aparente falta de ‘glamour‘ que parece rodear a este tipo de actividad en lo que a literatura de management, eventos y publicaciones se refiere.
Como aperitivo, me viene muy bien, por tanto, la mención que a los principios del taylorismo, bien sea que para criticar su aplicación por parte de Google, hace Nicholas Carr en su libro ‘Superficiales‘ recurriendo para ello, eso sí, a la mención de otro libro, en concreto, ‘Technopoly‘, publicado en 1993 por Neil Postman.
Los supuestos del taylorismo, según esta fuente, serían:
- El principal, si no el único, objetivo del trabajo y el pensamiento humanos es la eficiencia.
- El cálculo técnico es en todos los aspectos superior al juicio humano.
- El juicio humano no es digno de confianza, ya que está lastrado por la laxitud, la ambiguedad, y la complejidad innecesaria.
- La subjetividad es un obstáculo para el pensamiento claro.
- Lo que no se puede medir no existe, o no tiene valor.
- Los expertos son los mejores gestores de los asuntos de los ciudadanos.
Es preciso reconocerlo: no suena bien.
Sin embargo también es justo reconocer la importancia histórica que tuvo la doctrina de la organización científica del trabajo introducida a principios del siglo XX y, probablemente, una de las grandes impulsoras de un progreso económico del cual somos privilegiados herederos.
El sólo hecho de que, un siglo después, se siga recordando a Frederick W. Taylor, incluso aunque sea para criticarlo, da idea de la importancia de su aportación.
No he leído a Taylor, y no conozco en profundidad su teoría, pero intuyo que, probablemente, las críticas pierdan la perspectiva histórica y se juzguen unas ideas a la luz de una mentalidad y una situación económica y social muy diferente a aquella en que surgieron y aportaron valor y poder de transformación. Intuyo que no somos justos con Taylor y su obra, que nos aprovechamos que que no puede defenderse y de la perspectiva que nos da el tiempo y un progreso al cual él contribuyó de forma decisiva.
No sé si los seis supuestos apuntados más arriba son un buen homenaje, probablemente no, a Frederick W. Taylor. Y no sé si el propio Taylor estaría de acuerdo en que esos eran sus supuestos. Pero valgan como recordatorio y excusa, como una memoria a nuestro pasado industrial y científico, a las bases del actual progreso.