Las redes sociales son mucho más que Facebook o LinkedIn, son un fenómeno muy anterior y muy sustancial de la raza humana. Las redes sociales no son un fenómeno ligado a Internet sino que forman parte de nuestra misma naturaleza. Mucho antes, millones de años antes de que existiese Internet, los seres humanos, seres sociales por naturaleza, han interactuado entre sí y han establecido entre ellos relaciones basadas en la amistad, el amor, la necesidad o el interés.
Éstas complejas relaciones sociales, sobre las cuales existen multitud de estudios y teorías, constituyen las redes sociales «reales», Lo que parece es que las redes sociales virtuales, tan en auge hoy día, proporcionan un nuevo canal, muy potente, para la expresión y creación de esas redes sociales. Ofrecen nuevas posibilidades de trascender geografías, idiomas y razas y de aumentar enormemente el número, quizá no la profundidad, de nuestras relaciones sociales.
Según nos recuerda Dolors Reig en su libro ‘Socionomía‘, diversos estudios ponen en relación una hormona, la conocida oxitocina, apodada en ocasiones como «la hormona del amor», con nuestros comportamientos sociales: parace que regula el estrés, los comportamientos maternales, la solidaridad y la generosidad, formando parte, según esos estudios, del sustrato fisiológico que gobierna nuestra sociabilidad.
[de los experimentos de Paul Zak] deriva también una potente idea que contradice algunos mitos sobre las redes sociales virtuales: la idea de que que son simples sucedáneos de las relaciones, mucho más auténticas, cara a cara, es equivocada. Por el contrario, las redes sociales disparan del mismo modo que otros entornos la interacción en la vida «real» la oxitocina, los mismos tipos de circuitos neuroquímicos vinculados a la confianza y la generosidad.
Según esto, las redes sociales virtuales funcionarían, como por otra parte resulta lógico pensar, como un mecanismo más, como un soporte más de nuestra naturaleza social intrínseca.