Cuando se inició el mundo 2.0, cuando eclosionaron Internet y los medios sociales, pensamos que las redes desplazaban el poder hacia la periferia, hacia el usuario.
Era más que tecnología, era una transformación cultural y social. Era un cambio, económico y casi, casi, político. Algo así como una democracia tecnológica.
Y algo de eso hay, no cabe duda. Los ciudadanos normales, sólo con un mínimo de medios y poder adquisitivo aderezado con un mínimo de habilidades digitales, podemos participar en la conversación, podemos opinar, podemos darnos a conocer, podemos producir sin intermediarios bienes como libros, vídeos o música. Podemos incluso organizar movimientos vía twitter u otras redes sociales.
Sí, en cierto modo, el poder se ha desplazado hacia la periferia, hacia las personas, hacia los ciudadanos.
¿Si?
Si, pero… mucho pero…
También se observa claramente que en este mundo globalizado y digital se produce una concentración. Una concentración tecnológica y empresarial, pero una concentración que también es una acumulación de poder.
Pensemos en la posición de un Google, un Facebook o un Amazon. No sé cuántos monopolios del pasado gozaron de una posición tan sólida y dominante como la de estas compañías.
Existe una dualidad, una ambivalencia.
Así nos lo señala Joshua Cooper Ramo en su libro ‘The seventh sense‘ donde nos dice:
In connected systems, power is defined by both profound concentration and by massive distribution.
En cierto sentido es una polarización topológica del poder en las redes. El poder se desplaza tanto hacia el centro (las grandes empresas o administraciones) como hacia la periferia (los ciudadanos) y pierden poder, incluso desaparecen las organizaciones intermedias.
¿Es esta una situación equilibrada? ¿Beneficiosa?
¿Sale ganando el progreso? ¿Salen ganando las naciones? ¿Las sociedades?
¿Y qué hay del ciudadano?