Uno de los motivos por lo que el campo de la relación entre robots y personas (HRI, Human-Robot Interaction) es tan apasionante, al menos en mi opinión, es porque involucra muchas ciencias y disciplinas.
Incluye muchos elementos tecnológicos (sensores, inteligencia artificial, computación afectiva, motores, actuadores, etc) pero también elementos lingüísticos, proxémica, psicología, etc
Y, claro, también entra en juego la filosofía y muy especialmente la ética.
Algunas de las relaciones que se establecen entre robots y personas, por ejemplo en el ámbito industrial, son meramente prácticas e incluso mecánicas. Este tipo de relaciones son importantes desde el punto de vista productivo, operativo y también de seguridad física, pero no implican grandes debates o análisis morales.
Diferente cuestión es cuando hablamos de robots sociales, y muy especialmente de robots sociales con características relacionales avanzadas que pueden incluir, por supuesto, la comunicación por lenguaje natural y voz, pero también la gestión psicológica de la distancia o el movimiento, la detección y simulación de emociones e incluso, un aspecto físico en algunos casos muy cercano al humano.
Está documentado y ampliamente demostrado que los humanos tendemos a asignar características humanas a todo aquello con lo que nos relacionamos y que solemos poner en juego nuestras emociones y también asignar esas emociones a los seres con que nos relacionamos, sean cosas, plantas, animales o, en este caso, los robots.
En los casos más extremos ya se habla de amistad, de relaciones sexuales, de compañía e incluso de amor.
¿Tiene esto algún sentido? ¿Es creíble que se puedan establecer relaciones de amistad o amor entre una persona y un robot? ¿Nos debemos tomar en serio esa posibilidad? O, dicho de otra manera ¿tiene sentido estudiar las relaciones afectivas de humanos y robots?
El filósofo Sven Nyholm, en su espléndido libro ‘Humans and Robots: Ethics, Agency, and Anthropomorphism‘ se hace esta pregunta y concluye que existen tres buenas razones para tomarse en serio esas relaciones afectivas entre robots y personas y dedicar un esfuerzo a estudiarlas. Estas son sus razones:
- La primera es que ya existen compañías que están creando robots precisamente con la intención de que sean amigos, compañeros o parejas sexuales de personas. Y esto plantea la cuestión de si esas compañías están de alguna forma engañando a sus clientes haciéndoles pensar que en los robots pueden encontrar realmente un amigo o compañero.
- La segunda es que está demostrado, además, que ya existen personas que realmente establecen vínculos emocionales con robots y desean tener a robots como compañeros, amigos o parejas.
- Finalmente, y aunque la mayoría de los filósofos se muestran muy escépticos con este tipo de relaciones ya hay autores, y se menciona en concreto a Lily Frank y John Danaher, que han defendido la posibilidad de una amistad entre un humano y un robot.
En un próximo artículo, y basándome en esta misma fuente, recogeré algunos argumentos a favor y en contra de esas relaciones afectivas robot-persona. De momento, parece quedar claro que tiene sentido formularse preguntas a este respecto con una perspectiva que es, en esencia, filosófica y, sobre todo, ética.