Cada vez estamos más acostumbrados a interactuar con robots. Bien es cierto que la mayor parte de esos robots son robots software (típicamente chatbots o asistentes virtuales) a veces con una muy ligera y poco humana ‘corporeidad’, como es el caso de los altavoces inteligentes.
También empiezan a ser comunes algunos robots de servicio (‘service robots‘) como los típicos aspiradores Roomba que todavía presentan mucho más el aspecto habitual de una máquina que de otra cosa.
Pero, aunque en ámbitos todavía reducidos y aún sin excesivo impacto en el mercado, comienzan a proliferar cada vez más robots de aspecto humanoide, robots pensados para interactuar con humanos en entornos no específicamente profesionales. Hablamos de los denominados robots sociales que se pueden utilizar desde situaciones como eventos profesionales o recepciones de hoteles, hasta ámbitos más delicados como la educación o la asistencia a ancianos o personas vulnerables.
En este tipo de robots el diseño y gestión de la interacción con las personas es fundamental y por eso existe toda una serie multidisciplinar de estudios que caen bajo paraguas de términos como ‘Human-Robot Interaction‘ o ‘Affective Computing‘ que estudian los aspectos no sólo técnicos sino también psicológicos e incluso éticos de esos mecanismos de relación, algo que ya es relevante también en soluciones mucho más implantadas como los mencionados chatbots, voicebots y altavoces inteligentes. Un campo de estudio realmente fascinante en su multidisciplinariedad.
Intentando profundizar en la materia, he terminado la lectura hace unas semanas del libro ‘Emotional Design in Human-Robot Interaction: Theory, Methods and Applications‘ editado por Hande Ayanoglu y Emilia Duarte, Y en él me encuentro dos afirmaciones interesantes que quisiera compartir.
Para empezar:
people can more easily relate to a robot when they are able to connect with it on a personal level.
A las personas nos gusta tratar a los robots en un nivel personal. Probablemente esto derive de nuestra tendencia a antropomorfizar nuestro entorno: animales, cosas… y robots. Un fenómeno que ya hemos mencionado repetidamente en este blog. Ese fenómeno se acentúa si a eso añadimos que ciertos tipos de robots presentan aspectos humanoides lo que invita aún más a tratarlos de forma similar a humanos.
Y, dado que en las relaciones humanas las emociones juegan un papel fundamental, no es de extrañar que, en una relación con robots que adoptan tintes antropomórficos, esas emociones jueguen también un papel central.
Tanto es así que en la obra citada nos encontramos con esta segunda afirmación:
The ultimate goal of Social robotics is to communicate and interact with humans on an emotional level.
O sea, no es sólo que en los robots sociales la comunicación emocional sea importante, es que realmente es la clave e incluso su objetivo.
Quizá, cuando pensemos en entornos menos delicados (como los mencionados eventos profesionales) la emoción, aunque importante, pudiera ser menos relevante. Pero si en lugar de eso pensamos en el uso de robots sociales en educación, en asistencia a colectivos vulnerables o cuidado de personas mayores, entonces la gestión de la emoción se torna un tema capital, clave y tremendamente interesante sin duda desde un punto de vista científico y técnico pero, sobre todo, profundamente delicado desde un punto de vista ético y humano.