Soy un gran defensor de la importancia del conocimiento. Aparte de entenderlo como una forma de desarrollo y realización personales, considero que el conocimiento es una condición necesaria para un trabajo riguroso y de calidad, casi en cualquier ámbito profesional, pero muy en concreto en los ámbitos en que me muevo de tecnología, procesos, proyectos y transformación digital.
De hecho, en mi libro ‘La Carrera Digital‘ defiendo explícitamente el conocimiento como parte de mi ‘framework’ conceptual y encajo toda una parte, la más tecnológica, dentro de ese ámbito del conocimiento.
Ahora bien, y cambiando ligeramente de tercio, pensando en el ámbito de la innovación y la creatividad: ¿es el conocimiento un factor favorecedor de la creatividad?
Personalmente tiendo a dar una respuesta afirmativa. En primer lugar porque una creatividad que actúa en vacío, sin apoyo ninguno en conocimiento, difícilmente puede proporcionar un resultado factible, realista e incluso interesante. Además, siempre he pensado que el conocimiento actúa en ‘background’ de la creatividad, que en muchas ocasiones soluciones aparentemente creativas simplemente explotan el reconocimiento, muchas veces inconsciente, de patrones o soluciones iguales o similares vistas en otro ámbito.
Sin embargo, leyendo el libro ‘Strategic Management of Technological Innovation‘ de Melissa A. Schilling me encuentro una advertencia que me parece interesante. Nos dice esta autora:
The impact of knowledge on creativity is somewhat double-edged. If an individual has too litttle knowledge of a field, he or she is unlikely to understand it well enough to contribute meaningfully to it. On the other hand, if an individual knows a field too well, that person can become traped in the existing logic and paradigms, preventing him or her from coming up with solutions that require an alternative perspective.
La primera frase encaja perfectamente con mi argumentación en favor del conocimiento como sustento de la creatividad. Sin embargo, la segunda frase es una importante advertencia contra una especie de ceguera, e incluso soberbia, que puede provenir de un conocimiento profundo y que impida ver otras posibilidades.
Creo que es una advertencia realista y necesaria.
La propia autora nos proporciona algunos elementos de personalidad que pueden mitigar ese riesgo. Así, nos habla de que la personalidad creativa suele estar dotada de experiencia, apertura y motivación. El factor experiencia creo que actúa en la misma dirección que el conocimiento (de hecho, una buena parte del conocimiento proviene de la experiencia) pero el factor apertura es crucial. Si a un gran conocimiento y experiencia se une una actitud de apertura ante nuevas ideas y oportunidades, estamos poniendo el caldo de cultivo adecuado para desafiar al status quo y buscar sinceramente soluciones nuevas y creativas. Si a esto le añadimos una motivación intrínseca, habremos casi contrarrestado el posible efecto adverso del conocimiento.
Y digo casi porque, a pesar de todo, a la persona con mucha experiencia y conocimiento, a pesar de que su actitud hacia la creatividad y la innovación sea la correcta, plena de apertura y motivación, le puede faltar ‘la chispa’ que encienda nuevas posibilidades divergentes, disruptivas. Para conseguir esa chispa adicional es para lo que conviene hacer trabajo en equipo y además con equipos diversos y multidisciplinares capaces de aportar perspectivas radicalmente diferentes, ideas que a la persona con más conocimiento o experiencia no se le pasen por la imaginación o incluso que formulen preguntas diferentes y desafiantes que hagan reflexionar a quien tiene más conocimiento.
En ese contexto, con la actitud adecuada y con múltiples perspectivas, creo que el conocimiento es, no sólo una condición imprescindible sino un auténtico tesoro de cara a la creatividad y la innovación.