En este mundo digital que, afortunadamente pienso yo, nos ha tocado vivir, los cambios más radicales a veces se inician de la forma más sencilla y casi inadvertida. Uno de esos cambios radicales, aún no evidente, es el de la denominada economía del reabastecimiento (‘replenishment economy‘).
¿En qué consiste?
Podemos decir que se trata de una economía en que automatizamos la reposición en inventario de aquellos productos o materiales de los que ya no queda poco.
Dicho así, a lo mejor no se entiende del todo y, además, no se perciben sus implicaciones.
Imaginemos un entorno doméstico. En nuestro frigorífico y nuestra despensa tenemos un pequeño inventario de las cosas que habitualmente necesitamos o consumimos: cervezas, latas de conservas, briks de leche, detergente para la lavadora y para el lavavajillas, etc.
En nuestra gestión doméstica, con mayor o menor regularidad, observamos el nivel de esos consumibles y, cuando bajan por debajo de un cierto umbral (que a lo mejor es, simplemente, que se han acabado) lo apuntamos en la lista de la compra semanal o, si es urgente, salimos directamente a hacer la compra en una tienda cercana.
Vamos a empezar a introducir en este escenario tan normal y analógico, algunos elementos digitales.
Para ello, y sin seguirlo al pie de la letra, me apoyo en las ideas que sugiere Doug Stephens en su libro ‘Reengineering Retail: The Future of Selling in a Post-Digital World‘.
Lo primero, pensemos que en lugar de acudir a la tienda física usamos un portal de comercio electrónico. Nadie nos evita el estar personalmente atentos a nuestros niveles de inventario, pero la compra en si puede ser mucho más cómoda.
Pero, introduciendo elementos de Internet de las Cosas, podemos automatizar mucho más el escenario. Así, en 2015 Amazon lanzó los dash buttons que se pueden contemplar en la imagen que encabeza este artículo. Con ellos el usuario, cuando detecta la necesidad de algún producto, simplemente pulsa en el botón de ese producto. Estos dash buttons disponen de conectividad WiFi e, indirectamente, por tanto, a Internet. Pues bien, al pulsar el botón, el dash button es capaz de comunicarse con Amazon y hacer el pedido correspondiente.
En concepto estamos haciendo lo mismo que antes: comprobar personalmente nuestro nivel de inventario y emitir un pedido electrónico. Pero ha cambiado algo. Por un lado, la más que evidente facilidad de uso que lo hace un mecanismo extremadamente cómodo, mucho más simple que el mecanismo anterior. Además, hemos introducido un dispositivo (una ‘cosa’) dotada de conectividad. Y finalmente, puede que lo más importante como análisis sectorial, hemos conducido todas las compras a Amazon.
Existe una variante algo más atractiva y moderna para esa realización de pedidos y que ya es plenamente posible: el uso de un ‘altavoz inteligente’ como, precisamente, Amazon Echo, para pedirle de viva voz que nos haga los pedidos y que éste proceda.
Pero el escenario puede avanzar más.
Puede avanzar más porque no es difícil, ni parece lejano, imaginar que estos dispositivos tengan capacidad sensora para detectar de forma autónoma el bajo nivel del inventario y la necesidad de emitir un pedido. Puede tratarse de sistemas de visión artificial o quizá, pequeños almacenes robotizados similares a los de los grandes almacenes pero adaptados al uso doméstico, a nuestras despensas y frigoríficos. Si tenemos esos sensores, los dispositivos serían capaces de detectar automáticamente la necesidad de hacer un pedido.
Con muy poco más, y sin necesidad de ningún alarde tecnológico, el dispositivo podría ser capaz de hacer directamente el pedido correspondiente… sin consultar a nadie. Es evidente que algún humano tendríua la capacidad de configurar en qué situaciones y con qué reglas el sistema hace los pedidos pero, a partir de ahí, el humano queda fuera del circuito y es el sistema el que se ocupa del reabastecimiento.
En un estadio más avanzado el dispositivo (probablemente, más bien, un control central que gestiona varios dispositivos) podría incluir inteligencia adicional como para, en lugar de emitir un pedido a un portal específico sin más, rastrear la web en busca de ofertas e, incluso, negociar online.
Y, ya puestos a añadir inteligencia al sistema, éste podría llegar a decidir qué es lo que más nos conviene comprar, ya sea para conseguir un precio óptimo, ya para tener una dieta equilibrada o, incluso, lo que mejor se adapta a nuestros gustos.
En este escenario de la economía del reabastecimiento comenzamos por eliminar de la ecuación a la tienda física porque dirigimos los pedidos a portales de comercio electrónico..
En su fase intermedia (por ejemplo con la existencia de los dash buttons) eliminamos la competencia entre retailers…porque todo va a Amazon…que es quien proporciona los botones. Tendemos además a dificultar el cambio de proveedor, o probar productos sustitutivos porque lo que se tiene que pedir viene ‘escrito’a fuego’ en el botón.
En la fase final, la más avanzada, recuperamos algo de lo perdido en la fase anterior porque los sistemas muy inteligentes pueden elegir entre varios portales y entre varios productos de similares características y no tienen que dirigir todos los pedidos a un retailer específico.
Pero al final, en su fase más avanzada, lo que terminamos por eliminar de esa ecuación es al propio ser humano porque es el sistema de control de los dispositivos el que dispone de los datos, la inteligencia y los recursos para decidir por sí mismo qué comprar y dónde.
Si la economía del reabastecimiento avanza en las líneas esbozadas, y no parece demasiado descabellado que así sea, se habría cambiado el sector del ‘retail’ para siempre y toda la distribución, especialmente aquella que se apoya fundamentalmente en tiendas físicas, debería revisar su estrategia para posicionarse correctamente ante esta economía del reabastecimiento, de forma que puedan convertirse es destinatarios finales de los pedidos, o bien, desarrollar alguna propuesta de valor, seguramente apoyada en servicios complementarios o experiencia de cliente, que hiciese que los consumidores optaran por una compra menos automatizada.
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