Cuando una empresa, especialmente una gran empresa, acomete una transformación de negocio, sea ésta transformación una transformación digital o de otro tipo, es práctica frecuente recurrir a los servicios profesionales de terceros, normalmente consultoras estratégicas o tecnológicas.
Y esta forma de actuar tiene su lógica.
Recurrir a servicios de terceros tiene la ventaja de importar conocimiento especializado del que, probablemente, carezcas en tu empresa. Además, los consultores externos pueden aportar una cierta dosis de objetividad y, finalmente, una dedicación que quizá el equipo de plantilla no pueda conseguir.
Sin embargo, dejar en exceso en manos de terceros el pilotaje de una transformación también tiene peligros, serios peligros.
Por una parte, si la consultora no logra (a lo mejor ni siquiera lo intenta) transferir a tu empresa el conocimiento especializado o los nuevos procesos, métodos o prácticas creados , ese conocimiento, y con él la transformación realmente, desaparece con la consultora. Y tu empresa se queda igual que antes del proyecto, «compuesta y sin transformación«.
Un poco a este peligro es al que se refieren Alonso Álvarez, Sara Aguilera, Susana Jurado y Míquel Rodríguez en su libro ‘La empresa ágil‘ cuando, hablando evidentemente en este caso de una transformación a Agile, e intentando valorar los pros y contras de adoptar un equipo interno o externo para esa labor, nos dicen:
Desconfía de quien te ofrezca una transformación «llave en mano», que proporcione las personas y roles y que luego deje la empresa sin haber garantizado la continuidad.
Pero yo quisiera destacar, no sólo el aspecto más relacionado con el conocimiento y los métodos, sino otro que tiene que ver con la gestión del cambio y el sentimiento de propiedad.
Si el peso de la transformación recae sobre los hombros de una consultora, no es ya sólo que los empleados de tu empresa no aprendan bien los resultados de esa transformación, sean estos herramientas, procesos o lo que sea, es que tampoco se involucrarán, tampoco los sentirán como algo propio. Se verá la transformación como «el proyecto de otros», como algo ajeno, puede que incluso como algo de lo que desconfiar, a lo que ignorar, temer o combatir.
Y esa es, sin duda, la peor de las recetas para triunfar en una transformación.
La transformación, digital o como sea, debe tener sentido estratégico, debe de ser beneficiosa en términos de posición competitiva, de experiencia de cliente o de eficiencia, pero, para que triunfe, además de esos valores objetivos, debe generar ilusión, motivación y complicidad, debe ser ser sentida como propia y como valiosa por toda la organización.
Y entonces sí que será imparable.