En el fondo, ninguno sabemos muy bien cómo tenemos que reaccionar y comportarnos.
No estábamos preparados para esto
La pandemia ésta del coronavirus nos ha llegado a una sociedad, estoy pensando en la occidental, en mi entorno conocido, la sociedad europea y sobre todo la española, que ya no está acostumbrada, por fortuna, a las grandes crisis, más allá de las económicas.
Nadie o casi nadie en nuestro entorno ha sufrido realmente una pandemia y sólo los más mayores, por suerte, han vivido una guerra, la única situación que creo que se compara con, y supera en gravedad y triste espectacularidad, a lo que estamos viviendo ahora mismo.
Y ahí estamos, a veces preocupados, a veces incrédulos, pero a veces también tranquilos, a veces, incluso, inconscientes.
¿Cómo deberíamos comportarnos?
El comportamiento sin alternativas
Hay una parte, la principal del comportamiento, que nos viene dada por las circunstancias e impuesto por la autoridades.
Evidentemente, si estás enfermo, no hay nada que decidir. Seguir instrucciones y cruzar dedos.
Evidentemente, si eres un profesional sanitario, o trabajas en un supermercado, o en una farmacia o en cualesquiera de las otras actividades que permanecen activas, pocas decisiones tienes que tomar, más que las que tu propia actividad, quizá algo alterada, eso sí, por las circunstancias, te imponga.
Si por cualquier causa, personas dependientes, enfermos en casa, etc tu vida está completamente alterada, no tengo mucho que decir, resistir lo mejor que se pueda.
Recetas para la mayoría
Pero no es en esos casos en los que estoy pensando. Estoy pensando en el resto que, a pesar de todo, creo que somos una amplísima mayoría.
¿Qué pasa si estás sano, si no estás implicado en las actividades esenciales, si tu entorno personal es razonablemente normal, dentro, claro, de la anormalidad que nos afecta? ¿Qué debes hacer?
Oigo voces, y no las voy a criticar, que apuestan por el reencuentro con uno mismo o con tus personas más cercanas, por la lectura, por la conversación, por acometer aquellos objetivos que tenías aparcados.
No, no lo voy a criticar. Son todos objetivos loables, deseables, humanos y no me parece mal ninguno de ellos. Todo lo contrario.
Pero, aunque suene duro, e incluso políticamente incorrecto, no estoy del todo de acuerdo.
No es que esté en desacuerdo específicamente con ninguno de esos objetivos. Los comparto todos. E, incluso, comparto el derecho que tenemos a perseguirlos y buscar espacios para su realización. Con lo que no estoy de acuerdo es con esa cierta sensación de paréntesis, de vacaciones, de año sabático que estos planteamientos creo que transmiten.
Es como si el confinamiento, y el cese de muchas actividades normales, se convirtiese en un periodo de ocio, como si la tragedia, paradójicamente, fuese una época para el descanso y el disfrute.
Y eso me parece un error. Un error estético, económico y psicológico.
El error estético
Cuando hablo de error estético, me refiero a ese doloroso contraste entre una parte de la población enferma, alguna gravemente enferma (incluidos un número creciente de fallecidos), otra parte (sobre todo personal sanitario, pero también, por ejemplo, las fuerzas del orden) trabajando sobrecargada, incluso desesperada y en riesgo y, sin embargo, la existencia de otra parte de la población que parece estar relajada y buscando su entretenimiento realización personal y que con aplaudir en su ventana a las ocho de la noche cree, quizá, haber cumplido.
Hablo de la profunda contradicción que supone la avenida de una inexorable y gravísima crisis económica, la próxima (en realidad ya en marcha) pérdida de empleo, la amenaza profunda para nuestro estado del bienestar y que, sin embargo, una parte importante de la población se sienta como de vacaciones.
El contrate es cuando menos, feo, puede que incluso inmoral.
El error económico
El error económico consiste en el cese innecesario de actividad. Una gran parte del cese de actividad, una parte importante, en realidad, está ordenado por las autoridades y/o marcado por las circunstancias. Eso es así, es probablemente inevitable y no lo critico.
Pero cesar la actividad profesional y económica, más allá de lo inevitable, no hace sino agravar mucho más una crisis que, ya de por sí, se prevé terrible.
Oímos que el Estado, o la Unión Europea no van a dejar caer a nadie. Oímos hablar de avales y movilización de fondos. Suena bien, no dudo de que la intención es buena y que, probablemente, se trata de medidas adecuadas y necesarias.
¿Pero de dónde creemos que salen los recursos del Estado o de la Unión Europea?
Básicamente de los impuestos, de los impuestos que pagamos los ciudadanos y las empresas y que, fundamentalmente, tanto en IRPF, como impuesto sobre sociedades o IVA están básicamente ligados a la actividad económica de empresas y ciudadanos.
Vale que las Administraciones pueden tener reservas o métodos de financiación especiales pero, en último término, los recursos provienen, como no puede ser de otra manera, de la actividad económica. Y esa la realizan, fundamentalmente, personas y empresas.
Si disminuimos la actividad más de lo estrictamente necesario, generamos menos recursos, menos productos y servicios y menos fondos para las administraciones vía impuestos y, por tanto, agravamos aún más la crisis y prolongamos la salida de la misma y, por cierto, también la capacidad de respuesta ante una nueva amenaza que pueda surgir en el futuro.
La crisis es seguramente inevitable, pero es un error hacerla más profunda de lo necesario, dedicándonos al ocio.
El error psicológico
Creo, aunque no soy piscólogo, que también es un error personal y psicológico optar por el ocio y la tranquilidad. Porque no estamos hablando de un fin de semana, unos días, ni siquiera, me temo, de un mes. Estamos hablando de una situación anómala que como mínimo se extiende cuatro semanas pero estoy casi seguro que, por desgracia, va a ir más allá. Primero porque me temo (ojalá me equivoque) que el confinamiento todavía durará algo más y, en cualquier caso, porque la normalidad tampoco se va a recuperar al día siguiente del fin del confinamiento.
Aunque a las personas nos suele gustar la novedad, creo que en el fondo necesitamos objetivos claros y estabilidad.
Unas vacaciones demasiado prolongadas (y además, sometidas a incertidumbre en cuanto a su fecha de finalización) creo que nos dejan desnortados, sin dirección, sin sentido para nuestra propia existencia.
Unas vacaciones prolongadas e indefinidas, aunque puedan sonar idílicas, en el fondo creo que nos afectan negativamente, y acabarán redundando, y más teniendo en cuenta el confinamiento físico, en decaimiento del ánimo (incluso depresión), en aburrimiento y en mal humor.
Creo que necesitamos actividad y objetivos, incluso, me atrevería a decir, una actividad y unos objetivos exigentes.
Mi apuesta: foco y resiliencia
Y es por todo ello que mi apuesta es por el foco y la resiliencia.
Insisto que no hablo ni de los enfermos, ni de las actividades esenciales o de los entornos deteriorados, sino de las personas sanas y en estado normal dentro de las circunstancias.
Para ellos, mi apuesta es mantener la actividad lo más normal que las circunstancias permitan. Con foco para no despistarse con actividades lúdicas o secundarias y resiliencia porque, a pesar de todo, la situación es psicológicamente anómala y estresante y hay que resistir y mantener ese foco.
Mantén tu actividad
Si tu empresa está preparada para el teletrabajo, hazlo. Hazlo manteniendo un horario ordenado, lo más parecido posible al horario laboral que tenías antes del confinamiento y exigente, sin disminuir innecesariamente horas ni objetivos dentro, insisto, de lo que sea realista.
Si eres autónomo o tu empresa no permite el teletrabajo, busca fórmulas para trabajar de todas formas. Intenta seleccionar actividades que puedes realizar en tu hogar. Comparte documentos o información por correo electrónico (eso seguro que lo tienes), pon algunas bases para un ‘medio teletrabajo‘ (las herramientas, por ejemplo, para reuniones virtuales, están al alcance de todos e igualmente herramientas ofimáticas). De verdad, si quieres, no hay excusas, al menos en los trabajos de oficina, para mantener una actividad mediana o incluso alta.
Y si de verdad, pero de verdad, eso no es posible, al menos fórmate. Hay multitud de cursos online, muchísimos gratuitos y otros muy baratos. Fórmate, pero en temas realmente útiles y profesionales. Me refiero a hacer formación real, no a cursos, perdón por la forma de expresarlo, de ‘macramé’ o ‘escritura creativa’ (salvo que seas escritor profesional). Me refiero a cursos sobre capacidades o habilidades que realmente necesitas en tu trabajo (no sé, herramientas informáticas, por poner un ejemplo sencillo y válido para casi cualquier sector).
En cualquier caso, no te detengas.
Mantén el foco en cuál es tu actividad profesional y tus objetivos para las próximas semanas. Y no te desvíes de ellos.
Y sé resiliente. Resiste. Resiste. No te dejes ni abatir ni despistar. Resiste.
Si mantienes el foco y eres resiliente creo que, en el fondo, el confinamiento y el distanciamiento social se te harán más cortos.
Y habrás sido responsable y útil para la sociedad.
En conclusión
Si estás enfermo, por favor, cuídate y recupérate.
Si trabajas en el sector sanitario o realizas una actividad esencial, tienes mi aplauso y reconocimiento. Sigue así.
Si tu entorno es complejo, porque tienes personas enfermas o dependientes a tu cargo, porque te acabas de quedar en el paro, o por lo que sea, tienes también mi ánimo. Aguanta y haz lo que puedas.
Pero si eres una persona sana con un entorno normal, no tienes excusa. No estás de vacaciones. No es época de ocio. Debes mantener el foco y ser resiliente.
Mantén tu actividad profesional. Teletrabaja o trabaja en desconexión todo lo que sea posible. Todo. Todo Y si no, fórmate. No te detengas. Para el ocio, para encontrarte contigo mismo, para la lectura y la conversación, sigues teniendo las tardes, las noches y los fines de semana.
Mantén la actividad. Con foco y resiliencia.
Es lo mejor para ti.
Es lo mejor para nuestra sociedad.
Es lo mejor para nuestro país.